¿QUÉ ME ENSEŇÓ LA PANDEMIA?



Recuerdo cuán distinta era mi vida hace algunos años, cuando el sólo volver a mi casa después de una salida se me hacía cuesta arriba; el silencio que me esperaba al abrir la puerta era agobiante. Es cierto que yo dejaba la luz de la entrada prendida para que la oscuridad circundante no me abrumara; así y todo, no había quien venciera esa soledad de piedra. Luego fueron pasando los años y con cada día vivido las paredes de ese hogar solitario se fueron haciendo cada vez más amigas. Los amigos que me visitaban a menudo comentaban lo bien que se sentían en aquel hogar sólo mío. Fue entonces que empecé a mirar mi casa con ojos distintos; los ojos con los que otros la veían. Y así el blanco y gris de las paredes se me hizo cada vez más acogedor, y el paisaje de las ventanas cada vez más mío. Es cierto que tengo el privilegio de vivir frente a un océano que, a pesar de estar a menudo agitado, es de una belleza incomparable. Pero a pesar de su hermosura salvaje, hubo momentos en que yo ni  escuchaba el rumor quejumbroso de su oleaje. Pero con el tiempo las cosas cambiaron; hoy no puedo vivir sin escucharlo. ¿Qué me enseñó la pandemia? En mis días solitarios aprendí que lo más preciado que tenemos es la serenidad del alma, y que esa serenidad sólo florece en soledad. Es cierto que somos seres sociales y que necesitamos del otro para sentirnos vivos; pero en las últimas etapas de nuestra vida lo necesitamos cada vez menos. Tenemos tanto que recordar, tanto que procesar y ordenar, tanto que comprender, que el otro con sus cotidianos dolores estorba nuestra tarea. Si a veces una cena compartida con un buen amigo es una bendición, otras veces una charla demasiado larga nos perturba profundamente. Y así, a menudo me siento en el balcón de mi casa junto a mi perro Max y reflexiono en todas aquellas cosas de mi vida que aún me resultan misteriosas. Finalmente, el silencio o la música me ayudan a darme cuenta de que todo lo que ocurrió debía ocurrir porque así es la vida. Fue la pandemia la que me enseñó la riqueza de la soledad; también me mostró que, en realidad, nunca estamos solos ya que siempre nos rodean nuestros pensamientos, nuestros recuerdos, nuestros actos, nuestros logros y nuestra visión del universo.

 


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