UN CAMARERO COMO POCOS

 

Ayer ingresé en la I95, autopista que me lleva de Miami Beach a Coral Gables, para ir a Chocolate Fashion a almorzar con mi buena amiga C. Si bien a esta altura de la vida manejar por la autopista no es mi actividad preferida, la sola idea de tener una amena charla con C. me dio ánimos. Pero lo que ignoraba era que el encuentro no sería solo con ella, sino con alguien que no olvidaría fácilmente. Al llegar y ver que C. aún no estaba, elegí una mesa para dos al lado de la ventana; desde allí, y mientras esperaba, tuve la oportunidad de estudiar el pequeño salón de comida. De pronto uno de los camareros me llamó poderosamente la atención; era un muchacho de unos cuarenta años, muy alto y muy delgado, y en cuyos labios asomaba una permanente y calurosa sonrisa. Lo interesante de este hombre no era que sonriera continuamente, sino el hecho de que su sonrisa fuera un gesto auténtico; en otras palabras, cuando le sonreía a algún comensal lo que le comunicaba era un caluroso mensaje de bienvenida. Al observar sus gestos tan corteses lo que me vino a la mente fue un chófer que el día anterior, por no disminuir la velocidad, casi me atropella sin yo haberle cortado el camino. En ese momento vi venir al camarero con una botella de Malbec de las pequeñas; al parecer el tamaño de la botella no le importó ya que la descorchó con la misma delicadeza como si se tratara de un Chianti Clásico; y fue con la misma cortesía que lo ofreció para ser catado. Cuando le alabé su manera de tratar a los clientes me contestó que él gozaba mucho de ese trabajo. Y si bien no tuvimos con él una larga charla, tanto C como yo nos fuimos de allí con la satisfacción de haber conocido un ser humano digno de ser imitado: amable, cortés, y respetuoso del trabajo que le ofreció la vida.