MEJOR SOLA QUE MAL ACOMPAŇADA

 

Así dice el proverbio que, al escucharlo o verlo escrito, ninguno de nosotros deja de afirmar que es profundamente cierto. Sin embargo, es necesario llegar a la tercera edad para comprender su verdadero significado. Estar en compañía de seres humanos envidiosos, mentirosos y faltos de afecto o respeto a la larga y a la corta nos llena de ira y rencor a cualquier edad, pero sobre todo cuando ya no somos tan jóvenes. Cuando somos jóvenes nos enfrentamos a la vida de otra manera; cada nuevo amanecer nos aporta diferentes opciones. Distinta es la situación cuando ya dejamos de serlo; cuando los años pasan el despertar de la mañana siguiente no nos trae demasiadas novedades, si es que nos trae alguna. Siempre fui sociable y nunca me costó hacerme de amigos, pero por alguna razón a esta edad constato que me cuesta abrirles los brazos a algunos de los que me rodean. Quizás sea porque en el país en el que vivo existe una marcada distancia entre generaciones, o quizás porque aquellos que he conocido desde que vivo sola no han sido lo que yo esperaba. Por eso a mi edad la casa deja de ser un lugar donde simplemente vivimos para convertirse en un refugio sagrado al que solo acceden unos pocos: aquellos que nos quieren de veras. Y a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el aislamiento que sufren los que viven solos, la soledad de nuestra casa es un bálsamo mágico que nos protege del desafecto. Cuando comprendemos esto entendemos que, a menudo, la soledad que nos rodea es la mejor compañía a la que podemos aspirar.