Al abrir la puerta de mi casa
y respirar su perfume conocido
miro a mi alrededor y me digo
que no hay espacio en el mundo
que me sea más querido.
Mi casa es un espacio sagrado
donde no persisten las congojas,
ni las memorias grises o las mentiras;
mi casa es un manto que me envuelve
con el calor de momentos bendecidos.
Cuando abro la puerta de este lugar
con olor a algas, a lluvia, a playa matutina,
siento que afuera no he olvidado nada,
y que solo en esta silenciosa morada
puede mi alma sentirse tranquila.
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