Ese día Clara no se había sentido bien como a diario. Si bien sus días se desarrollaban serenos como de costumbre, se había vuelto más aguda la nostalgia de sus recuerdos jóvenes, de su ciudad lejana con sus veredas arboladas y sus edificios estilo francés. Pero sobre todo lo que le empañaba la mirada a veces era el recuerdo de sus compatriotas, gente que aun sin conocerse simpatizaban y nunca dudaban en dar rienda suelta a una broma. ¿Cuántas veces no le había ocurrido sentarse en una confitería a tomar un café y terminar charlando con la gente de la mesa de al lado? Adonde ella había emigrado, eso no ocurría; las fronteras entre todos eran más complejas. Para distraerse de su melancolía, Clara decidió ir al mercado a hacer la compra semanal. Si bien era un día feriado y soleado, por alguna razón ella prefirió no ir a la playa. Sentarse frente al mar y recordar no era lo que le convenía. Terminada la compra y al salir del supermercado, Clara se dirigió hacia su coche ahí estacionado. Al sacar las llaves para abrir las puertas del vehículo, Clara escuchó una voz proveniente del coche de al lado. Levantó la vista y divisó una mujer de pelo negro largo hablando por teléfono en español. Que hablara castellano no era lo que la sorprendió; lo que la dejó atónita fue el acento de la desconocida. Fue entonces que después de cargar la comida en el coche y sentarse al volante, Clara bajó la ventanilla y dirigiéndose a la desconocida le preguntó: “¿Sos argentina?” La mujer contestó que sí, asombrada, pero con una amplia sonrisa; una sonrisa de las que Clara extrañaba y hacía tiempo no veía. Después de ambas confesarse mutuamente lo mucho que deseaban conocer a otros argentinos, las mujeres intercambiaron teléfonos prometiendo verse pronto. Mientras manejaba, Clara sonrió al darse cuenta de porqué había decidido no ir a la playa ese día.
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Esta historia es verdadera; energía y karma se unen para dirigir nuestras vidas. Si la energía es positiva, el karma también lo será.